martes, 23 de agosto de 2011

Jáuregui tenía razón

Enric Juliana
El día 22 de noviembre del 2004, Ramón Jáuregui Atondo le dijo a José Luis Rodríguez Zapatero que se equivocaba; que se equivocaba peligrosamente con la Iglesia católica. Se lo dijo públicamente en las páginas de La Vanguardia y el mensaje no sentó nada bien a su destinatario. Los teléfonos sonaron de inmediato en el despacho del diputado guipuzcoano para advertirle que la disciplina de partido seguía vigente en la era de la política posmoderna y que poca broma con ZP. Noviembre del 2004. El hombre de León estaba en la cresta de la ola.

Jáuregui aconsejaba al nuevo presidente que siguiese una política prudente con la Iglesia y que no se dejase tentar por el espectáculo mediático de un choque frontal con el clero. “En el PSOE –decía– subsiste un cierto sustrato anticlerical. Un cierto fundamentalismo antirreligioso podría anidar en nuestras filas si nos dejásemos llevar por el anticlericalismo y si no supiésemos ver que las religiones constituyen un hecho público”. El diputado vasco recordaba que el 80% de los electores del PSOE se declara creyente y sugería una línea de trabajo pragmática, cuyo primer punto sería negociar con la Iglesia el estatus de la asignatura de Religión, estableciendo algunos tramos evaluables, de manera que se asegurase la transmisión escolar de la cultura cristiana, fundamento de la cultura general del país. Proponía ir a un modelo definitivo de financiación de la Iglesia y aconsejaba actuar con tiento sobre el aborto y la eutanasia.

En lo sustantivo, Jáuregui Atondo proponía un compromiso histórico entre el socialismo español y la Iglesia de Roma, que reforzase a los sectores católicos centristas y debilitase a los ultraconservadores. Como el lector adivinará era un planteamiento estratégico que iba bastante más allá de la cuestión religiosa. El vicepresidente del Gobierno vasco en tiempos de la coalición PNV-PSOE en Vitoria (1996-98) le estaba diciendo a Zapatero que gobernase mirando al centro y que no se dejase arrastrar más de la cuenta por los dos lobbys emergentes de la denominada nueva izquierda: el feminista y el gay. Con malos modos le dijeron que se callase.

Recuerdo bien aquella entrevista porque fue una de las primeras que realicé como corresponsal en Madrid. Jáuregui es un tipo sólido. En la película Matrix se habría tomado la pastilla azul: la que conduce a la realidad real. No habla de frames, ni es un obseso de las encuestas. Hijo de una familia de diez hermanos, comenzó a trabajar de aprendiz a los 14 años en una fundición de Pasajes. Estudiando de noche consiguió titularse como ingeniero técnico y licenciado en Derecho. Zapatero y sus amigos, por el contrario, decidieron tomarse la pastilla roja de Matrix: la que conduce a una realidad paralela en la que las dos Españas hacen ver que se pelean como en los años treinta mientras la burbuja inmobiliaria garantiza crecimientos estadísticos de la economía por encima del 3% anual. Los de la pastilla roja, comenzando por el propio presidente, apenas tienen otra experiencia laboral que la política de partido. La mayoría de ellos pasaron directamente de la universidad al Parlamento con breves lapsos en alguna ayudantía de facultad.

Y es interesante observar cómo Zapatero intenta ahora distanciarse de aquel viaje astral. Ha nombrado albacea a su amigo Pedro J. Ramírez, con tres jugosas confidencias: no veía muy claro el título de matrimonio gay, pero el nombre se lo impuso Pedro Zerolo, fogoso líder de la nueva izquierda madrileña; la promesa sobre el Estatut de Catalunya se la coló en un discurso su asesor Miguel Barroso –para contentar al PSC– y no tuvo tiempo de reflexionarlo; y la legalización de Bildu es cosa de los magistrados felipistas del Tribunal Constitucional. Él, en el fondo, no es responsable de nada. Impresionante.

El destino, que siempre es muy irónico, ha querido que Ramón Jáuregui Atondo sea ministro de la Presidencia y encargado de las relaciones con la Iglesia en el momento de la visita triunfal del Papa a Madrid.

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