viernes, 22 de mayo de 2015

Jóvenes emigrantes


Entre los escasos 26.000 jóvenes españoles emigrados, según Rajoy y el medio millón de Pedro Sánchez, exageraciones evidentes ambas, la población se halla inmersa en un marasmo nada confortable en relación con la que sea verdaderanente la cifra de migrantes en edad de merecer. ¿Son realmente tantos nuestros jóvenes viajeros? ¿Cuáles son sus motivaciones para abandonar su país? ¿Están todos ellos en estado de necesidad? ¿Tiene algo que ver esta corriente migratoria con la de sus abuelos, emigrantes a Europa en los sesenta, o con la de sus bisabuelos, emigrantes a América en los albores del siglo pasado?
Éstas y otras preguntas similares nos hacemos todos, inclinados siempre hacia el catastrofismo o a la carga de munición contra los gobernantes de turno. Pero, ¿es realmente tan grave el panorama de nuestros jóvenes cuando emigran al exterior? ¿Es tan singular la emigración de jóvenes españoles respecto de la de otras procedencias? ¿No es verdad que el planeta se ha convertido en un lugar ‘de todos’, cercano y accesible como nunca, en el que gentes de todas las latitudes, jóvenes y no tan jóvenes, se trasladan de forma continua de continente, país, ciudad o pueblo?
Más allá de lecturas politizadas, en el fragor de la actual batalla electoral de nuestro país, cabe leer la movilidad trashumante de jóvenes como una nueva forma de ocupar su lugar en el mundo sin atender a los estrechos y trasnochados límites de su barrio, su pueblo o su nación, abandonando un limitador ‘espíritu de campanario’ en busca del ‘intercambio’ efectivo con otras culturas, economías y realidades. Sorprende saber que, por raro que nos parezca, son más los jóvenes extranjeros que hoy viven en España que los españolitos que se desplazan por el mundo mundial. ¡No somos tan pioneros en esto del ‘carretera y manta’!
Nos hace pensar Josune Aguinaga diciéndonos: Sin duda, y en muchos casos, estamos ante estrategias sustentadas en la necesidad, pero aun en estos casos, la emigración (y en particular la emigración de los españoles a los países que forman parte de la UE) ya no se topa como en otras épocas con el muro del rechazo, porque en todo el mundo se está instalando una mayor tolerancia hacia “el otro” (que en parte ya es “uno mismo”) y porque forman parte de este amplio colectivo cosmopolita que aparece en prácticamente todos los países. Un colectivo con similares experiencias vitales y en el que la búsqueda de la identidad y de la experiencia emancipadora para poder tomar sus propias decisiones implica un eje compartido y de enorme transcendencia. Con esto no negamos la existencia del emigrante que procede de la necesidad extrema, sino que simplemente señalamos que casi todos llegan a sociedades cosmopolitas.”
Hace unos días, en una comida entre matrimonios amigos, comentábamos sobre la situación de nuestros respectivos hijos (todos en edades cercanas a la treintena). En todas las familias allí representadas había ejemplos de hijos transterrados; en ningún caso se emplearon tintes trágicos en la descripción de tales situaciones. Un hijo que hace carrera en la industria de automoción, trasladándose de Turín a Toulouse, con el italiano ya aprendido y el inglés como fórmula de comunicación laboral, en tanto no adquiere un dominio suficiente del idioma galo. Otro que trabaja en una multinacional gringa, con sedes en Bruselas, Londres, París y Madrid, brincando de una a otra sin cesar, tras haber pasado un stage de prueba por seis meses en Bogotá. Otra más, estaba a caballo de Los Ángeles y Nueva York, persiguiendo su sueño de ser bailarina profesional. Un españolito más,  cocinero en ciernes, en México, D.F. Se mencionó el caso de un retoño, hijo de un matrimonio amigo, ausente ese día, monje budista en el Punjab hindú, antes de cumplir los 28 años. Uno más, haciendo un máster en una afamada escuela de negocios de Barcelona, con el elevado coste del mismo a cargo de la multinacional alemana que, le paga el gasto, pero lo deja sin sueldo durante los dos cursos de superador aprendizaje; cuando acabe sus estudios deberá trasladarse a algún lugar de Alemania y no podrá abandonar la compañía hasta dos años después de reincorporase. Nuestros jóvenes viajeros, ¿exiliados forzosos o chicos normales en busca de experiencia, superación y futuro?
Algo está cambiando constantemente a nuestro alrededor y es bueno que observemos con curiosidad y sin apriorismos esta verdadera revolución en las costumbres de los jóvenes de todas las latitudes, el cambio en sus actitudes y aspiraciones, la superación de hábitos e inercias familiares y sociales que ya no les atan, venturosamente.
Otra vez, las palabras de Josune Aguinaga: “Un cambio que parece, y de hecho es, una novedad que se relaciona con la crisis. Sin duda, la situación económica ha propiciado el incremento de casos de jóvenes emigrantes (de los que es imposible dar cifras). Pero la dinámica cultural del fenómeno no puede limitarse a la idea de “no hay trabajo en España y vamos a buscarlo fuera”, sino a la de la ruptura lógica de la dependencia familiar. Se ha quebrado el modelo de relaciones entre las personas jóvenes y sus adultos de referencia, tal y como se ha establecido en España desde la transición democrática, en parte porque ya son muchas las familias que no tienen los recursos suficientes para mantener esta protección que genera dependencia y, en parte, porque entre las propias personas jóvenes, el cosmopolitismo es una estrategia cada vez más aceptada.”
E pur si muove! No pueden ponerse puertas al campo. Sean 26.000 o sean medio millón, nuestros jóvenes son ya cosmopolites y no van a renunciar a vivir en un mundo globalizado y sugerente. Si decidieron salir del cascarón, con las motivaciones que fueren, no los podremos detenir y tal vez es major que nos unamos a sus ansias de mejora, experimentación y autodeterminación personal y professional.

jueves, 21 de mayo de 2015

La impostura





En los tiempos que nos toca vivir hay muchas cosas que no son lo que parecen y muchas que no parecen lo que son. Esta paradoja se patentiza extraordinariamente en las contiendas electorales.

Durante unas semanas, un cortejo de variopintos personajes se cruza en nuestras vidas con la pretensión de condicionarlas en aras de sus idearios, programas, ocurrencias y ambiciones. Son los candidatos. Sonríen a diestro y siniestro, besan niños y abuelas, reparten caramelos y abanicos, visitan mercados y residencias de ancianos,… Con frecuencia se presentan de manera desenfadada, tal como son, despojados de apariencias, sin atildamientos; otras veces, su disfraz es tan ridículo que no logra tapar sus vergüenzas.

Llama la atención, en este contexto, la irrupción en la escena electoral catalana de dos mujeres cuya condición de monjas les ha dado una relevancia mediática y social desmesuradas. Las señoras Caram y Forcades pasarían perfectamente desapercibidas ante nuestros ojos sin la parafernalia de los hábitos con que visten su legítima aspiración de activismo sociopolítico. Dos mujeres de edad madura dedicadas a actividades de índole contemplativa, como miembros que son de sendas congregaciones religiosas cuyo carisma fija la oración y el silencio como prioridades. Con discursos diferentes, con idearios prácticamente opuestos, ambas profesas se han lanzado a la carrera electoral propia o de sus mentores políticos sin desmelenarse -las dos usan cofia- ni despojarse de sus hábitos monacales.

El ejemplo de nuestras dos uniformadas paisanas representa una novedad en los usos de la política habitual.  No solemos ver, entre los candidatos y sus más cercanos corifeos, médicos con bata y fonendo al cuello, guardias municipales con pistola al cinto, bomberos con casco y manguera, abogados con toga o mucamas con delantalillo y cofia. ¿Por qué  ellas se nos aparecen con su hábito ceñido con el  cíngulo? ¿No es ésta una forma nada sutil de impostura? ¿En qué, sino en un ansia de notoriedad, se basa esta peculiar manera de mostrarse con su diferencial atuendo?

Hasta aquí, consideraciones sobre su apariencia uniformística. Pero, ¿qué representan realmente estos hábitos monacales? Por lo que respecta a la señora Forcades vemos que su profesión religiosa se incardina en la Orden de San Benito. ¿Cuál es la Regla a la que se someten los profesos  y profesas benedictinos? En su Capítulo 6, la Regla de San Benito estipula:


1 Hagamos lo que dice el Profeta: "Yo dije: guardaré mis caminos para no pecar con mi lengua; puse un freno a mi boca, enmudecí, me humillé y me abstuve de hablar aun cosas buenas". 2 El Profeta nos muestra aquí que si a veces se deben omitir hasta conversaciones buenas por amor al silencio, con cuanta mayor razón se deben evitar las palabras malas por la pena del pecado.
3 Por tanto, dada la importancia del silencio, rara vez se dé permiso a los discípulos perfectos para hablar aun de cosas buenas, santas y edificantes, 4 porque está escrito: "Si hablas mucho no evitarás el pecado", 5 y en otra parte: "La muerte y la vida están en poder de la lengua". 6 Pues hablar y enseñar le corresponde al maestro, pero callar y escuchar le toca al discípulo.
7 Por eso, cuando haya que pedir algo al superior, pídase con toda humildad y respetuosa sumisión. 8 En cuanto a las bromas, las palabras ociosas y todo lo que haga reír, lo condenamos a una eterna clausura en todo lugar, y no permitimos que el discípulo abra su boca para tales expresiones. “

Si nos fijamos en lo que la señora Caram viene obligada a observar, por su profesión de dominica, su propio Convento de Nuestra Señora de los Ángeles y Santa Clara, de Manresa,  establece:

“En nuestra comunidad intentemos cada día, vivir íntimamente unidas en comunión de vida e ideales; en generosa disponibilidad, de ayuda entre unas y otras, de mutuo enriquecimiento.
Nuestra vida se forja a precio de entrega y renuncia, de gozo y generosidad.
Queremos ser focos vivos de oración, donde la presencia orante y silenciosa de las hermanas acoja e invite a la intimidad con Dios.
A base de mantener la mirada fija, a lo largo de los años, los días y las horas en el amor incandescente de Dios, purificamos nuestra mirada para ver las cosas como las ve Él.
Habitando en la casa del Señor, queremos descubrir la presencia del Señor de la historia.
Con la mirada fija en Dios, queremos abrir nuestro corazón, para que la Palabra que Dios pronunciada en la historia tenga acentos de amor y de ternura y para que su Salvación preparada a la vista de todos los pueblos, sea la luz que alumbre a todas las naciones.
“Arder e iluminar”: Permanecer en comunión con María, la Madre de Jesús, esperamos, en comunión con toda la Iglesia, la Gran manifestación del Espíritu.
Hablamos al Señor de los hombres, de sus inquietudes y anhelos, de sus alegría y tristezas, de su corazón.
Escrutadoras de Dios, con todo nuestro ser, las monjas Dominicas, intentamos penetrar en los misterios de Dios, para llegar a ser adoradoras en espíritu y verdad. “


En fin, nada que ver con esta ‘feria de las vanidades’, a veces glamurosa otras gregaria, siempre mundana, que constituye toda campaña electoral. ¿Qué pintan estas señoras aquí, entre  tanto arribista y figurón? Y, en cualquier caso, ¿por qué se manifiestan con hábitos y medallas que, de significar algo, deberían ser referencia de unos fines, medios y valores de índole espiritual y responder a las normas inspiradoras de la vida contemplativa de sus respectivas Congregaciones?

Impostura se llama este desvergonzado ejercicio de las señoras Caram y Forcades de transformismo y disfraz. Que se compren un terno o unos tejanos y camisa de leñador para practicar esa exposición de vanidad pública que es la política en nuestros lares.