Éstas y otras preguntas similares nos hacemos
todos, inclinados siempre hacia el catastrofismo o a la carga de munición
contra los gobernantes de turno. Pero, ¿es realmente tan grave el panorama de
nuestros jóvenes cuando emigran al exterior? ¿Es tan singular la emigración de
jóvenes españoles respecto de la de otras procedencias? ¿No es verdad que el
planeta se ha convertido en un lugar ‘de todos’, cercano y accesible como
nunca, en el que gentes de todas las latitudes, jóvenes y no tan jóvenes, se
trasladan de forma continua de continente, país, ciudad o pueblo?
Más allá de lecturas politizadas, en el fragor de
la actual batalla electoral de nuestro país, cabe leer la movilidad trashumante
de jóvenes como una nueva forma de ocupar su lugar en el mundo sin atender a
los estrechos y trasnochados límites de su barrio, su pueblo o su nación,
abandonando un limitador ‘espíritu de campanario’ en busca del ‘intercambio’
efectivo con otras culturas, economías y realidades. Sorprende saber que, por
raro que nos parezca, son más los jóvenes extranjeros que hoy viven en España
que los españolitos que se desplazan por el mundo mundial. ¡No somos tan
pioneros en esto del ‘carretera y manta’!
Nos hace pensar Josune Aguinaga diciéndonos: “Sin
duda, y en muchos casos, estamos ante estrategias sustentadas en la necesidad,
pero aun en estos casos, la emigración (y en particular la emigración de los
españoles a los países que forman parte de la UE) ya no se topa como en otras
épocas con el muro del rechazo, porque en todo el mundo se está instalando una
mayor tolerancia hacia “el otro” (que en parte ya es “uno mismo”) y porque
forman parte de este amplio colectivo cosmopolita que aparece en prácticamente
todos los países. Un colectivo con similares experiencias vitales y en el que
la búsqueda de la identidad y de la experiencia emancipadora para poder tomar
sus propias decisiones implica un eje compartido y de enorme transcendencia.
Con esto no negamos la existencia del emigrante que procede de la necesidad
extrema, sino que simplemente señalamos que casi todos llegan a sociedades
cosmopolitas.”
Hace
unos días, en una comida entre matrimonios amigos, comentábamos sobre la
situación de nuestros respectivos hijos (todos en edades cercanas a la treintena).
En todas las familias allí representadas había ejemplos de hijos transterrados;
en ningún caso se emplearon tintes trágicos en la descripción de tales
situaciones. Un hijo que hace carrera en la industria de automoción,
trasladándose de Turín a Toulouse, con el italiano ya aprendido y el inglés
como fórmula de comunicación laboral, en tanto no adquiere un dominio
suficiente del idioma galo. Otro que trabaja en una multinacional gringa, con
sedes en Bruselas, Londres, París y Madrid, brincando de una a otra sin cesar,
tras haber pasado un stage de prueba
por seis meses en Bogotá. Otra más, estaba a caballo de Los Ángeles y Nueva
York, persiguiendo su sueño de ser bailarina profesional. Un españolito
más, cocinero en ciernes, en México,
D.F. Se mencionó el caso de un retoño, hijo de un matrimonio amigo, ausente ese
día, monje budista en el Punjab hindú, antes de cumplir los 28 años. Uno más,
haciendo un máster en una afamada escuela de negocios de Barcelona, con el
elevado coste del mismo a cargo de la multinacional alemana que, le paga el
gasto, pero lo deja sin sueldo durante los dos cursos de superador aprendizaje;
cuando acabe sus estudios deberá trasladarse a algún lugar de Alemania y no
podrá abandonar la compañía hasta dos años después de reincorporase. Nuestros
jóvenes viajeros, ¿exiliados forzosos o chicos normales en busca de
experiencia, superación y futuro?
Algo
está cambiando constantemente a nuestro alrededor y es bueno que observemos con
curiosidad y sin apriorismos esta verdadera revolución en las costumbres de los
jóvenes de todas las latitudes, el cambio en sus actitudes y aspiraciones, la
superación de hábitos e inercias familiares y sociales que ya no les atan,
venturosamente.
Otra
vez, las palabras de Josune Aguinaga:
“Un cambio que parece, y de hecho es,
una novedad que se relaciona con la crisis. Sin duda, la situación económica ha
propiciado el incremento de casos de jóvenes emigrantes (de los que es
imposible dar cifras). Pero la dinámica cultural del fenómeno no puede
limitarse a la idea de “no hay trabajo en España y vamos a buscarlo fuera”,
sino a la de la ruptura lógica de la dependencia familiar. Se ha quebrado el
modelo de relaciones entre las personas jóvenes y sus adultos de referencia,
tal y como se ha establecido en España desde la transición democrática, en
parte porque ya son muchas las familias que no tienen los recursos suficientes
para mantener esta protección que genera dependencia y, en parte, porque entre
las propias personas jóvenes, el cosmopolitismo es una estrategia cada vez más
aceptada.”
E pur si muove! No pueden ponerse puertas al campo. Sean 26.000 o sean
medio millón, nuestros jóvenes son ya cosmopolites y no van a renunciar a vivir
en un mundo globalizado y sugerente. Si decidieron salir del cascarón, con las
motivaciones que fueren, no los podremos detenir y tal vez es major que nos
unamos a sus ansias de mejora, experimentación y autodeterminación personal y
professional.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
No lo pienses más, dilo...