En los tiempos que nos toca vivir hay muchas
cosas que no son lo que parecen y muchas que no parecen lo que son. Esta
paradoja se patentiza extraordinariamente en las contiendas electorales.
Durante unas semanas, un cortejo de
variopintos personajes se cruza en nuestras vidas con la pretensión de
condicionarlas en aras de sus idearios, programas, ocurrencias y ambiciones.
Son los candidatos. Sonríen a diestro y siniestro, besan niños y abuelas,
reparten caramelos y abanicos, visitan mercados y residencias de ancianos,… Con
frecuencia se presentan de manera desenfadada, tal como son, despojados de
apariencias, sin atildamientos; otras veces, su disfraz es tan ridículo que no
logra tapar sus vergüenzas.
Llama la atención, en este contexto, la irrupción
en la escena electoral catalana de dos mujeres cuya condición de monjas les ha
dado una relevancia mediática y social desmesuradas. Las señoras Caram y
Forcades pasarían perfectamente desapercibidas ante nuestros ojos sin la
parafernalia de los hábitos con que visten su legítima aspiración de activismo
sociopolítico. Dos mujeres de edad madura dedicadas a actividades de índole
contemplativa, como miembros que son de sendas congregaciones religiosas cuyo
carisma fija la oración y el silencio como prioridades. Con discursos
diferentes, con idearios prácticamente opuestos, ambas profesas se han lanzado
a la carrera electoral propia o de sus mentores políticos sin desmelenarse -las
dos usan cofia- ni despojarse de sus hábitos monacales.
El ejemplo de nuestras dos uniformadas
paisanas representa una novedad en los usos de la política habitual. No solemos ver, entre los candidatos y sus más
cercanos corifeos, médicos con bata y fonendo al cuello, guardias municipales
con pistola al cinto, bomberos con casco y manguera, abogados con toga o
mucamas con delantalillo y cofia. ¿Por qué ellas se nos aparecen con su hábito ceñido con
el cíngulo? ¿No es ésta una forma nada
sutil de impostura? ¿En qué, sino en un ansia de notoriedad, se basa esta
peculiar manera de mostrarse con su diferencial atuendo?
Hasta aquí, consideraciones
sobre su apariencia uniformística. Pero, ¿qué representan realmente estos
hábitos monacales? Por lo que respecta a la señora Forcades vemos que su
profesión religiosa se incardina en la Orden de San Benito. ¿Cuál es la Regla a
la que se someten los profesos y
profesas benedictinos? En su Capítulo 6, la Regla de
San Benito estipula:
1 Hagamos lo
que dice el Profeta: "Yo dije: guardaré mis caminos para no pecar con mi
lengua; puse un freno a mi boca, enmudecí, me humillé y me abstuve de hablar
aun cosas buenas". 2 El Profeta nos muestra aquí que si a veces
se deben omitir hasta conversaciones buenas por amor al silencio, con cuanta
mayor razón se deben evitar las palabras malas por la pena del pecado.
3 Por tanto,
dada la importancia del silencio, rara vez se dé permiso a los discípulos
perfectos para hablar aun de cosas buenas, santas y edificantes, 4
porque está escrito: "Si hablas mucho no evitarás el pecado", 5
y en otra parte: "La muerte y la vida están en poder de la lengua". 6
Pues hablar y enseñar le corresponde al maestro, pero callar y escuchar le toca
al discípulo.
7 Por eso,
cuando haya que pedir algo al superior, pídase con toda humildad y respetuosa
sumisión. 8 En cuanto a las bromas, las palabras ociosas y todo lo
que haga reír, lo condenamos a una eterna clausura en todo lugar, y no
permitimos que el discípulo abra su boca para tales expresiones. “
Si nos fijamos en lo que la
señora Caram viene obligada a observar, por su profesión de dominica, su propio
Convento de Nuestra Señora de los Ángeles y Santa Clara, de Manresa, establece:
“En nuestra comunidad intentemos cada
día, vivir íntimamente unidas en comunión de vida e ideales; en generosa disponibilidad,
de ayuda entre unas y otras, de mutuo enriquecimiento.
Nuestra vida se forja a precio de
entrega y renuncia, de gozo y generosidad.
Queremos ser focos vivos de oración,
donde la presencia orante y
silenciosa de las hermanas acoja e invite a la intimidad con Dios.
A base de mantener la mirada fija, a
lo largo de los años, los días y las horas en el amor incandescente
de Dios, purificamos nuestra mirada para ver las cosas como las ve Él.
Habitando en la casa del Señor,
queremos descubrir la presencia del Señor de la historia.
Con la mirada fija en Dios, queremos
abrir nuestro corazón, para que la Palabra que Dios pronunciada en la historia
tenga acentos de amor y de ternura y para que su Salvación preparada a la vista
de todos los pueblos, sea la luz que alumbre a todas las naciones.
“Arder e iluminar”: Permanecer en
comunión con María, la Madre de Jesús, esperamos, en comunión con toda la
Iglesia, la Gran manifestación del Espíritu.
Hablamos al Señor de los hombres, de
sus inquietudes y anhelos, de sus alegría y tristezas, de su corazón.
Escrutadoras
de Dios, con todo nuestro ser, las monjas Dominicas,
intentamos penetrar en los misterios de Dios, para llegar a ser adoradoras
en espíritu y verdad. “
En
fin, nada que ver con esta ‘feria de las vanidades’, a veces glamurosa otras
gregaria, siempre mundana, que constituye toda campaña electoral. ¿Qué pintan
estas señoras aquí, entre tanto
arribista y figurón? Y, en cualquier caso, ¿por qué se manifiestan con hábitos
y medallas que, de significar algo, deberían ser referencia de unos fines,
medios y valores de índole espiritual y responder a las normas inspiradoras de
la vida contemplativa de sus respectivas Congregaciones?
Impostura
se llama este desvergonzado ejercicio de las señoras Caram y Forcades de
transformismo y disfraz. Que se compren un terno o unos tejanos y camisa de
leñador para practicar esa exposición de vanidad pública que es la política en
nuestros lares.