Gregorio Morán
“¿Ustedes creen
que un país puede cambiar porque el 47,8% de la población diga sí y el
52,2% diga no? Los payasos con fronteras evaluaron mal la apuesta y
ahora resulta que ganaron las elecciones, pero no el plebiscito sobre el
que apostaron todo”.
¿Se acuerdan?
Adorábamos a los payasos de los circos, incluso a los malos. Eran
nuestros actores favoritos. Otra profesión que se fue muriendo, o
deteriorando. Ahora “el payasaje” está dominado por la política, y no
hace ninguna gracia. Posiblemente tendremos la clase política más
incompetente de Europa ¡casi nada! Hay que poner el listón muy alto para
alcanzar tal hazaña. Está demostrado. Antes había una Catalunya. Ahora
hay dos, y se ríen y se divierten porque una corresponde al 47,8% de la
población y la otra al 52,2%.
Como es poco
probable que los de TV3% hagan el mínimo esfuerzo y el gremio en
general está inclinado a lamer culos con pasión de neófitos belicosos,
voy a intentar un modesto acercamiento al paisaje tras la conversión de
los payasos ansiosos de fronteras en la Armata Brancaleone, aquel filme
inolvidable de Mario Monicelli, con Vittorio Gassman a la cabeza.
¿Ustedes
creen que un país puede cambiar porque el 47,8% de la población diga sí
y el 52,2% diga no? Los payasos con fronteras evaluaron mal la apuesta y
ahora resulta que ganaron las elecciones, pero no el plebiscito sobre
el que apostaron todo. Pero en pura lógica los del no, que sí ganaron el
plebiscito sin proponérselo, tendrían el derecho a descojonarse de
risa. Es decir, que el país está pasando, gracias a un puñado de
descerebrados, por la ruptura del consenso social. Los países no tienen
otra división que la de sus clases sociales, y nosotros sufrimos el
complejo de Eugenio d’Ors; o pensador oficial o nada. Ocurre como en la
Feria de Frankfurt de hace unos años: Catalunya mandó un centenar de
intelectuales, más que Brasil. Nos mata la prepotencia.
Si
tuviera que destacar dos rasgos definitivos de las elecciones
autonómicas más sucias que conoció Catalunya, la primera sería la
liquidación de Unió Democràtica. Con sus deficiencias, corruptelas,
fariseísmos, era el único partido católico en una Catalunya donde la
Iglesia y sus órdenes monásticas ejercen una autoridad notoria. Y por si
fuera poco conservaban un espectro social de respetabilidad y
equilibrio político inexistente en España. Ahora, los jefes, redoblarán
sus despachos y se harán más ricos aún.
La
otra es de mayor alcance. La liquidación de la izquierda en Catalunya
es un fenómeno sobre el que no conozco ni un solo estudio digno, ¡y mire
usted que buena parte de esa supuesta izquierda se dedica a la docencia
y a la pluma!, dicho sea sin ofender. ¿Cuando terminó la poderosísima
(e inane) izquierda catalana salida del franquismo? ¿En 1980, quizá,
cuando Pujol empieza su virreinato y los va colocando a todos?. No
olvidaré la impresión que me causó visitar a Josep Benet, el senador de
izquierda más votado de España, la gran esperanza beata de la Catalunya
progresista, colocado por Pujol en un despacho de las Ramblas. Si Orson
Welles dijo que las traiciones durante el periodo de la caza de brujas
en Hollywood se reducían a conservar las piscinas, aquí estaríamos en la
garantía de un trabajo fijo con derecho a Seguridad Social.
Se
puede ganar una alcaldía si hay una persona hábil y con valor para
detener desahucios, que se apellida Colau y que tiene mano para manejar
un cotarro tan difícil como una gran alcaldía. El final está por ver,
pero sin ella esa izquierda de aluvión no tendría nada que hacer. Pero
de ahí a extrapolar la experiencia e inventarse una romería de
arribistas para repetir el milagro, va un trecho. Si el adversario tiene
un eslogan eficaz como Junts pel Sí, aunque se trate de gentes que se
odian, a quién se le ocurre mantener otro que confunde al electorado
como Sí que es Pot. (¿El qué se puede, imbécil? ¿Tomar el poder?
¿Cambiar el régimen? ¿Qué régimen?). Y encima poner de líder al tipo más
desconocido de la cuadrilla, por eso de los equilibrios entre
camarillas, ¡un exmilitante del PORE, experto en asociaciones de
vecinos, ahora que no pintan nada! Explicar lo que era el PORE sería tan
ridículo como pedirle a Jaume Roures, el grande de los medias y de los
tribunales, nos detallara cómo funcionaba la Liga Comunista
Revolucionaria. Que esa izquierda de chichinabo perdiera, estaba
cantado. Lo que no acabo de entender es qué pintaba el Podemos de Pablo
Iglesias en este guateque de derrotados históricos. Le va a costar más
que pagar las consumiciones.
Algo similar
está empezando a ocurrir en los dos partidos tradicionales. Los
socialistas de Catalunya merecerían una narración de Jardiel Poncela.
Mientras coparon puestos y regalías, todos eran una familia jactanciosa
de su pluralidad, su independencia respecto a presiones exógenas… y su
absoluta carencia de historia y de principios. Sé que hay como mínimo
media docena de gente decente, pero los demás, eternos diputados,
alcaldes, concejales… hasta que llegó la rebaja y la mierda les impidió
seguir flotando, se hundían. Entonces empezaron a correr hacia el socio
mayoritario, que con su 3% se manejaban en la basura como nadadores de
competición. Se hicieron independentistas. Hubo casos tan chuscos como
el del inefable Quim Nadal, de los Nadal y Nadal de Girona de toda la
vida. Un buen día, como perdía la posibilidad de seguir ganando, hizo
una pirueta y con el rostro de cemento armado que ha tenido toda la
vida, se dijo que él era catalanista por encima de todo. El todo ya
pueden ustedes entender qué es.
No sé qué
tipo de expertos, si los mediáticos o los “encuestólogos”, podrán
explicar si el desparpajo de Miquel Iceta bailando a lo barrilete pudo
tener alguna influencia en que la derrota del PSC fuera tremenda, pero
no catastrófica. La música consigue cosas que la prosa y la oratoria no
alcanzan. Pero como no se convierta en cantante melódico no creo que el
asunto prospere. El PSC, que en algún tiempo representaba una supuesta
izquierda en Catalunya, ahora trata de poder pagar a sus empleados y que
no le embarguen los locales, como a Convergència. Otro cadáver a la
espera de enterradores.
¿Esquerra
Republicana? Un partido que no fue de izquierda ni cuando se inventó, lo
explicaba Josep Tarradellas (con gracia) y Heribert Barrera (sin ella;
los dioses no le concedieron sentido del humor, pero le compensaron con
una sólida perversidad). Pero ahí están como si fueran los reyes del
mambo y con un secretario general cuyo defecto físico coincide con el
del partido: nunca se sabe hacia dónde mira.
Y
queda el milagro. Eso que a todos ahora les parece lo más normal del
mundo. La aparición estelar de Ciutadans. No conozco a ningún militante
ni dirigente de Ciutadans, no les votaría en mi vida, pero debo
reconocer que ellos han tenido dos victorias: no una, dos. La primera
haber logrado ser la segunda fuerza política de Catalunya tras sufrir un
boicot informativo que debería avergonzar, si les queda algo de
vergüenza a los de TV3%, y a otros vecinos y colaboradores. Ni siquiera a
Albiol, el candidato del PP, le trataron con tanto desprecio. Al fin y
al cabo, Albiol, no aparecía como un competidor sino como un deportista
amateur, formado en Badalona, y sin ningún rasgo de casta. Seguro que no
pisó nunca el Círculo Ecuestre de Barcelona. Demasiado alto para
camarero. Pero no se confíen, los deportistas tienen sobre los demás una
insólita capacidad de resistencia.
Todo
está en trance de cambio. No me refiero a la CUP, que merecen capítulo
aparte y que cada vez más se asemejan al caganer de los belenes
catalanes: un imprescindible toque autóctono de un señor cagando en
medio de la fiesta. Son la llave de la gobernabilidad de la derecha y si
les dan la presidencia del Parlament, fuera de aspectos de atuendo y
calzado, lo harán atentamente, sin acritud para los adversarios de aquí,
que son “de casa bona”. Ya Julià de Jòdar, escritor menor y trepador
sin suerte, que nadie sospechaba podía estar en la CUP, ha advertido que
Artur Mas debe seguir. Le compensarán.
En
fin y en resumen. No conozco a ningún independentista que no sea
partidario de un mundo sin fronteras, pero entretanto ansía una más, la
suya.
¿Ustedes creen que un país puede cambiar porque el 47,8% de la población diga sí y el 52,2% diga no?