domingo, 30 de junio de 2013

Ja­vier Tomeo, ami­go y ve­cino

Joan de Sagarra

Tomeo era un ti­po ra­ro, pe­ro to­dos le que­rían, en es­pe­cial los ni­ños, que le ado­ra­ban No to­do el mun­do pue­de per­mi­tir­se el lu­jo de te­ner de ve­cino y ami­go a un es­cri­tor ex­cep­cio­nal. los 80. Javier había nacido en el mes de septiembre, el día 9 para ser exactos (lo sé porque aquel día me invitaba a una copa). No, mi exabrupto era una reacción elemental ante esa putada que es la muerte de un amigo.
El lunes, a primera hora de la tarde, regresé a Barcelona y desconocía si ya habían enterrado a Javier. En La Vanguardia del domingo no venía esquela (se publicaría el martes), sólo leí un escrito de Xavi Ayén en el que decía que Javier iba a ser enterrado en el cementerio de Montjuïc, donde reposan sus padres, al tiempo que se hacía referencia a unas “despeses de l’enterrament” en las que estaban colaborando los amigos, “en no tenir (Tomeo) família”. Eso último me extrañó, porque Javier podía no tener familia, pero no andaba escaso de dinero. Así que lo primero que hice al llegar a Barcelona fue llamar a Ignacio Martínez de Pisón, aragonés y escritor como Tomeo, y buen amigo suyo, quien me dijo que el funeral laico, la despedida de Javier, sería mañana (martes) en el tanatorio de Les Corts, al mediodía. Y el martes me fui con mi mujer al tanatorio donde al llegar me encontré con Pisón y un grupo de amigos quienes nos dijeron que había habido una confusión –pero de quién– y que la despedida “sería mañana”, en el mismo sitio y a la misma hora (tal como se decía en la esquela que, por fin, La Vanguardia publicaba aquel día). Lo cierto es que todo empezaba a parecerse demasiado a una de esas extrañas historias que solía contar Tomeo: los errores del La Vanguardia al dar en la portada la noticia de su muerte, los amigos haciéndose cargo de los gastos del entierro, la tumba en Montjuïc, junto a los padres (cuando Tomeo sería enterrado en su pueblo, en Quicena), la confusión sobre el día de la despedida, el comunicado del hospital del Sagrado Corazón afirmando que, contrariamente a lo que se había dicho en todos los medios de comunicación, la causa de la muerte de Tomeo no había sido una “infección hospitalaria” y, para colmo, ese señor al que vi el martes en Les Corts con un libro de Tomeo en la mano. “¿Para qué lo llevará?”, me dijo Pisón. “¿Para que se lo firme Javier? Estaría bueno que Tomeo no se hubiese muerto y que todo esto no fuese más que
La mirada de la muñeca hinchable, Juan de la Parra y de Follahondo, que en la página 106 nos confiesa: “Supongo que todos los vecinos me odian porque soy distinto”. Yo no sé si los vecinos de Tomeo solían leer sus novelas, pero apostaría a que no. Y lo digo porque los vecinos se comportaban admirablemente con el raro escritor aragonés, que les hacía reír con sus chistes, como aquel de aquel tipo que va a un concurso de la tele y se presenta: “Me llamo Juan Unamuno y tengo una polla de 30 centímetros”. “¿Una qué?”, le pregunta perpleja la presentadora. “Unamuno, como don Miguel de Unamuno”, le contesta el tipo. Todos querían a Tomeo, en especial los niños, que le adoraban, y los perros (hay muchos perros en el barrio), que movían el rabo contentos cuando le veían llegar. Hasta mi gato Maurizio, al que Tomeo vigilaba desde el paseo cuando éste asomaba algo más que su cabecita por la ventana (llamaba con el móvil y decía: “Juanito, se te va a caer el Mauri” y luego se olvidaba de colgar). Y es que no todo el mundo puede permitirse el lujo de tener de vecino y amigo a un escritor excepcional, a un tipo raro que desnuda la ciudad, que desnuda a sus habitantes y les lava, les frota las caras con sus manos hasta conseguir que asome, entre inquietante y divertida, la sonrisa de sus propias calaveras.
En la despedida de Tomeo noté a faltar la presencia de muchos escritores, de una u otra lengua, como la de las gentes del teatro y, si me apuran, hasta la del mismísimo ministro de Cultura, ese desagradable personaje que se llama Juan Ignacio Wert. Y es que cuando yo ejercía de crítico teatral, asistí en París, junto a mi amigo Javier, a un hecho insólito. Tres teatros de Estado, la Comédie, la Colline y el Odéon, representaban en sus respectivos escenarios una obra de Javier Tomeo, un texto adaptado (por otro) de sus estupendas novelas. Eso no había ocurrido jamás en París, ni con Arrabal, cuando le daba por escribir cartas a Franco, ni con García Lorca, ni con don Pedro Calderón de la Barca. Y pensar que a Tomeo le aburría el teatro (salvo las actrices, si eran guapas, y alguna que otra acomodadora). Era un tipo raro, Javier. Te echaremos a faltar, amigo.

miércoles, 19 de junio de 2013

Para mi ya es historia . . .

... de todos modos, por si alguien quiere saber más sobre el asunto, aquí os dejo una buena filmación de una 'colicistectomía laparoscópica' como la que me practicaron ayer. Absteneos si sois demasiado pusilánimes con estos asusntos de la salud y las técnicas modernas...
http://www.youtube.com/watch?v=n18zxNGJdLE

Yo sólo puedo deciros que me encuentro perfectamente y que debo agradacer a todo el personal médico-quirúrgico del Hospital San Rafael de Barcelona su buen hacer profesional y la amabilidad y cercanía que tanto facilitan la vida del paciente en estos trances para los que tenemos siempre una insuficiente preparación, un miedo razonable a lo desconocido y una necesidad de hallar confianza en las personas que se ocupan de nosotros. Yo lo tuve y dejo constancia de ello.
Una vez más, gracias a todos los que habeis estado atentos a la jugada y me dísteis ánimos.